Berna Píriz, Berna Píriz… hoy me ha tocado hablaros de él. Es domingo por la
mañana. Un tímido sol de otoño calienta los cristales del balcón junto al que
escribo. De la calle sube un rumor monótono de existencias cercanas, y no puedo
dejar de preguntarme, si será posible obviar más de veinte años de amistad
ininterrumpida, burlar las barreras de lo subjetivo, escribir sobre Berna sin
aludir a los afectos, a los recuerdos de infancia, a las lecturas compartidas
al candor de la adolescencia primera. Manuel Pacheco, Miguel Hernández, los del
27’, de
cuando en cuando algún novísimo, Pessoa de forma impenitente… y la respuesta, rotundamente,
es no.
Pero claro, yo solito me he metido en este follón sin petición de nadie, y hállome aquí, tratando de salir de él, de la forma en que mi mermada capacidad me lo permita; pues es sabido que para hacer buena prosa hay que quitarse las prisas, y uno no ha aprendido todavía a contener del todo a los hurones que le retuercen los intestinos. A los dovermans de adentro.
Podría empezar por contarles que la poesía de
Berna nace al abrigo del los poetas citados, especialmente de Pacheco, del que
ambos tenemos el orgullo y el estigma de ser paisanos, y que después, con los
años y los viajes, va engordándose de otros paisajes, de otras lecturas,
lejanas a las dehesas y a los simbolismos arquetípicos de nuestra Extremadura,
de nuestra Olivenza original.
En este proceso, el léxico empleado en la
poesía de Berna, adquiere un cariz de misticismo, motivado probablemente por su
acercamiento a las culturas primitivas mesoamericanas, y a ciertas corrientes
teosóficas como la Gnosis o el chamanismo. En esta línea, la temática de sus
poemas abarca desde la creación del mundo que recoge “En la oquedad del
silencio” -pág. 65- tratado desde cierta óptica astrofísica, que me recuerda en
algunos momentos a la poesía científica de David Jou; la ruptura con los
conceptos espacio-temporales y los dogmas dimensionales de occidente, en pos de
los Principios Herméticos, como reflejan “Dirección a la nada” y “Contemplatio”
–págs. 62, 63, y 64-; o la búsqueda incesante de nuevas vías hacia el
enriquecimiento interior, hacia una experiencia espiritual que consiga aplacar
de alguna forma el nihilismo resultante de la tradición materialista.
También el sexo adquiere una dimensión
considerable en este conjunto de poemas. Pero no el sexo tratado como
provocación o exhibición pornográfica, sino desde una perspectiva ritual, como
una especie de erótica religiosa al más puro estilo teresiano o sanjuanesco:
“Todas las piedras
inician la humana esencia
Con sus senos de rugosos pezones
Su vagina henchida y suave
¡Piedras! Que brotáis entre paredes
Para convertiros en cuerpos de mujer”1
O:
“Rocas palpitado, clítoris afanosos de sueños…”2
Pero si hay un poema que aglutine todos los
factores mencionados, ese es sin duda el que a continuación les detallaré, para
presentarles a este poeta singular, alejado de los círculos y de las pompas
literarias, que vive la experiencia de la poesía como una forma de conciliación
con el mundo, o como un canal conector para los hallazgos de lo no consciente.
ETERNAL, POEMAS DE LA PLACENTA
Nada guardo si nada
me queda
escribir poseo.
A mi alrededor ojos,
bocas, piernas
cuerpos a penas
cuerpos, finitos, lastrados.
En frente la gran
puerta, el templo desenmascarado.
Entre su bajo y la
tierra un infinito de luz
revelando un ancho
pasillo.
Donde dánzan cuadros,
espejos,
corazones de lágrima.
El rumor de un viejo
almirez machacando la pimienta
aguarda tras la
celosía
¡chas, chas, chas!
La anciana
anunciándome a su vientre
gritándome a su
vientre.
Desnudo el ángel
hacia la luz desnudo,
¡como el rayo veloz!
Desnudo
La anciana gimiendo
desde las profundidades
entre el eco
desgarrado de la pimienta.
-¡ahhh, ahhh, ahhh!
“acércate,
acércate, aun en la placenta hay un sitio para ti, acércate,
acércate!
Eres
tú al que llamo, acaso ves a otro.
Insectos,
árboles, unicornios, ninfas, reptiles alados,
con
sus mejores galas esperan.
¿Has
de perderte el festín pretérita bacteria?”
El ángel hacia la luz
desnudo.
Al abismo abisal
descendiendo entre la lava,
explosionando
atómica, subatómica, desatómica-mente.
El pasillo asido
entre los escalones,
los espejos andando
de uno a otro lado,
correteando, sin ver.
Ciegos, sin ser, tal
vez muertos, sin intuición, ni aliento.
Lenguas de fuego
brotando en las costillas,
derritiendo las
lindes de todo cuando me rodea.
Venas, ahora raíces
desprendiéndose hacia el subsuelo,
Ultrajando la
corteza.
Aún en el fondo del
pasillo espera la placenta,
Abierta de piernas,
Desnuda.
El almirez
estalla,¡la vieja levita!
El almirez estalla,¡la vieja levita!
El almirez
estalla,¡la vieja levita!
OM OM OM
El ángel hacia la luz
desnudo.
El ángel hacia la luz
desnudo.
En el pasillo
volátiles vórtices descifran soles, galaxias,
constelaciones.
Lámparas revistiendo
labios carmín, pupilas.
Rocas palpitando,
clítoris afanosos de sueños.
“Acércate, acércate,
aun en la placenta hay un sitio para ti, acércate,
¡acércate!
Descompón el
laberinto,
Alquimistas de verso
y sangre continuaron el viaje,
no desfallezcas, el
éxtasis, la gloria, anhelan tu llegada.
No te ahogues, respira,
el éxtasis, la gloria.
¡Sí! Todo en mi
vientre hallaras,
Sigue viajando,
Posa tu calavera
entre los visillos de la pomposa hendidura.
La visión absoluta y
demoledora, la fuente inagotable.
¿No tienes sed?
Tú, que vienes del
desierto.
Tú que te has
arrastrado por un mísero puñado de agua.
Acaso no te muestro
el manantial infinito, la sublimación
existencia.
El lirio, la encina,
el romero o el cardo nunca quisieron ignorarme.
No pretendieron
aniquilar su flor, ni siquiera lo intentaron.
El origen, son
preámbulos con todas las artistas.
Ven, posa tu
calavera, sin preámbulos, con todas sus aristas.”
Cunas de barro en
bamboleo,
macerando el espíritu
de todas las células.
Descenso al blanco,
escala en el rojo, ascensión al verde,
quietud en azul.
¡Metamorfosis!
¡oh!,
espesura apareciendo
entre bramidos, relincho y baladas córvidas,
¡oh!,
ingravidez material,
orgasmo cósmico,
aleteo lírico.
Allá voy vieja,
allá voy.
Sin más remiendos,
ni daga, ni hembra.
Ha embeber en el
anciano vientre,
el elixir de la
juventud sin límites.
Adentrarme quiero en
la oscuridad tan clara de tu esencia.
Descomponerme en
ceniza, resurgir a la forma primigenia.
Adoptando la posición
exacta en el hueco materno
Al abrigo de la
celestial sinfonía,
entonces feto.
Entonces, poema en la
placenta.
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- De “Ante mí” pág. 60.
- De “Eternal, poemas de la placenta” pág. 66.