Como ya
he dicho en alguna otra ocasión, no han sido pocos los obstáculos que esta
antología ha tenido que superar, para que finalmente, estemos hoy hablando de
ella como de una realidad material.
Lo cierto y he de contarlo, es que un amigo, escritor consagrado, declinó nuestro ofrecimiento de prologarla, porque decía - no se si textualmente, ha pasado algún tiempo de esto- algo así como “que ya se habían publicado suficientes antologías sin sentido, y que no veía un nexo literario común entre los autores, a demás de apreciar grandes diferencias de calidad entre unos y otros”, todo ello muy amablemente como es su estilo. Por supuesto, respetamos su opinión y no dejamos de admirar su obra y de valorar su amistad.
He de confesar, que en aquel momento incluso llegué aceptar aquello como cierta verdad, al menos relativa. Pero hoy, tras una revisión del libro, he llegado a la conclusión de que cualquier lectura, por perezosa que ésta sea, sería bastante para evidenciar su error.
A mi juicio existen ricos y dispares elementos comunes, tanto en la temática como en la forma de los textos, que sirven como agentes aglutinadores, inmersos en una especia de viaje de ida y vuelta, haciendo del libro un bloque de conjuntos.
Se aprecia un permanente diálogo entre
autores, que parecen estar lanzándose interrogantes los unos a los otros, y que
no saben contestar, si no con su propia perplejidad y con su miedo. El miedo
natural de todo ser humado que despierta en la adolescencia a la “vida
consciente”, percibiendo el mundo con terror y asombro.
Uno de esos elementos aglutinadores, tal vez el más evidente, sea el espanto experimentado ante la propia realidad, o mejor dicho, ante el descubrimiento de esa realidad propia, intima y personal del poeta, que en la mayoría de los casos, resulta zafia e inadmisible. El resto son subterfugios. Diferentes huidas para un mismo fantasma.
De este modo, Lucía de la Fuente, Tiempo Abstracto, o Juanse Chacón, buscan -con diferentes resultados- el amparo anhelado en la infancia, en el candor de la edad temprana, en la inocencia irrecuperable, o en las caricias tibias de los ausentes.
Otros como Pedro Lautaro o mismamente quien les escribe, se han obstinado en el martirologio de la auto-aniquilación, enfrentándose a esa realidad aciaga, no ya desde uno mismo, si no desde la más rotunda negación de sí. Todo ello, no se asusten, en plano figurado, o… tal vez no, tampoco es cuestión de mentir ahora.
También emana del poemario cierto halo de misticismo, que alcanzando su máximo grado de expresión en los versos de Berna Píriz, no está ausente en los de otros poetas, como en los del anteriormente citado P.L, o de forma tal vez menos lograda en los míos propios. Se trata de un misticismo de cariz animista, donde la piedra o el árbol pueden ser erigidos como objetos de poder, poseedores de sustancia sagrada, o al menos, de ciertas cualidades psicomágicas.
En cuestiones más técnicas de estilo, prefiero no profundizar demasiado, puesto que yo a diferencia de alguno de mis colegas, no soy precisamente un estudioso de la poesía, y a demás, me aburre soberanamente. Sólo diré que en la predominancia del verso libre, detecto por parte de algunos autores un afán de encubrimiento, no se si consciente, del endecasílabo o el alejandrino, utilizando para ello constantemente recursos como el encabalgamiento o el verso quebrado. Aunque en algunos casos bien podría tratarse de un mero descuido del poeta, o de una simple errata de edición. Salvo en los de Rafa Marchena y en alguno de Lucia de la Fuente, no hay resto en la métrica de los poemas del arte menor.
En cuanto a la disparidad de calidades entre los autores, a mi me parece que eso es una cuestión puramente subjetiva, pero hoy me complace leer a los que en su día no gozaron del favor de nuestro frustrado prologuista, porque veo que han ganado en profundidad con el tiempo y la distancia. Sin embargo aquellos que fueron o fuimos de su agrado, no podemos evitar releernos ahora con cierto pudor. En fin, enigmas de la poesía.
Para no extenderme más, les diré que el objeto de mis divagaciones -más allá de contradecir a nuestro amigo el consagrado escritor- es introducirles de forma breve a cada uno de los autores que han participado en esta antología, a través de uno de de sus poemas, el que a mí más me guste, por supuesto, y hacerles de alguna forma partícipes de este hermoso proyecto, que se ha concretado bajo el título no poco sinuoso de “Per-versos Dehesarios”.
Próximamente, por orden de aparición en el libro, les iré presentando a los autores y a sus versos. Hasta entonces salud y rebeldía.
Julián Portillo Barrios